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La alboka.
Procedente del mundo islámico, este aerófono llegó a la Península Ibérica a través de las invasiones musulmanas. Su nombre deriva del árabe al-buq, que significa trompeta, convirtiéndose en albogue para los castellanos y alboka para los futuros vascos. Se trata de un instrumento doble -aunque en el mundo medieval existía su versión individual-, con dos tubos de madera o caña sujetos a una estructura del mismo material –yugo-, que sirve para colocar los dedos. El primer tubo -por el que sonará la melodía principal- contiene cinco orificios y el segundo tres. De este modo, su morfología permite la emisión de notas dobles, ya que el segundo tubo actúa de bordón -sonido ininterrumpido-. Dentro de la boquilla se encuentran las lengüetas o espitas de ambos tubos por donde se introduce el aire. Al igual que otros instrumentos con cañas como la chirimía, la dulzaina o el clarinete, el ejecutante debe manejar la respiración circular o continua para poder tocar el instrumento. La alboka suele construirse en madera y la boquilla y el pabellón con cuernos de bóvidos.
A pesar de su escasa popularidad, es posible hallar referencias en numerosos documentos del Medievo, entre los que destaca la Cantiga de Santa María nº340. A partir del siglo XV, este instrumento se expande por la región del actual País Vasco, sobre todo entre los pastores, llegando a participar de manera muy activa en el desarrollo del folklore de la zona. En la actualidad la alboka es célebre en los valles de Arratia, Galdácano y Goyerri, y en torno a ella giran toda una serie de elementos típicamente vascos. Al intérprete se le denomina albokari, y en las romerías suele estar acompañado por un pandero -panderojotzaile- y un individuo que canta coplas en euskera. Asimismo, tiene sus propios bailes folklóricos.
De este modo, un sencillo instrumento medieval procedente de Oriente se convirtió en un símbolo musical del folklore vasco junto a las melodías y ritmos de los txistus, las trikitixas y las txalapartas.
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